La cultura del placer 10

Paz(ta) Mental

La cultura del placer 10

Esta cuarentena he intentado de todo en la cocina. Desde pollo miso hasta un pastel de durazno con zarzamoras, desde tahini hasta un pastel de manzana. Y todos han sido un verdadero desastre (en mi defensa, ya había advertido que la repostería no era lo mío).

Por supuesto, ha habido también éxitos culinarios (todo por cierto gracias a grandes libros de recetas que me han regalado o heredado; si algún día no saben qué dar, que sea un recetario, quien lo reciba se los agradecerá mucho eventualmente). Pero a pesar de lo deliciosos que sean esos éxitos, no se comparan con lo pesados que se han vuelto los fracasos.

Las tragedias culinarias se mezclan con las habituales y con las que han surgido en estos días. Haciendo que todo fallo se sume a una enorme pila de fracaso.

Imagino que ha de ser un efecto del encierro, pero de repente fallar en una receta implica el fin de este nuevo mundo pequeño y confinado en el que vivo desde hace unos meses. Es como si aquellos espacios a los que recurría para encontrar algo de paz mental, como cocinar, están fallando también.

Pero en medio de todo hay una isla a la que esta tormenta no ha afectado: la pasta.

No sé si es por lo fácil que es de hacer, no sé si es porque fue lo primero que aprendí a cocinar o simplemente porque el destino nos unió, pero aún en los días más difíciles la pasta no me ha traicionado. Es más, yo creo que me ha salvado de los horrores de mi propia cabeza.

Hace poco más de un mes decidí que si ella había sido tan buena conmigo, yo tenía que devolverle el favor. Conocerla mejor, explorarla más, descubrir todas sus posibilidades y dominarla.

Me propuse entonces cada semana hacer una forma distinta de pasta, empezando por los clásicos. ¿De qué servía llegar a las complejidades de una lasaña o unos ravioles si no era capaz de hacer una boloñesa desde cero? Qué bien que ya tengo mi propia versión de la carbonara, ¿pero alguna vez había hecho la receta básica? Por supuesto que no.

La primera fue la boloñesa. He probado miles a lo largo de mi vida, mi madre me hacía una versión mientras que mi abuela otra y prácticamente todas las disfruto. Cada una es muy distinta de la otra y con justa razón: a la hora de buscar recetas, las instrucciones entre ellas son radicalmente diferentes. En algunas proponían dejar la salsa 5 horas en el horno, en otras 20 minutos. El horror ¿Y si fallaba otra vez? Tomé lo que más me convencía de cada una y por primera vez en un rato me sentí bien conmigo mismo: había hecho algo bueno, algo rico y sobre todo algo muy mío. Por supuesto que no hice la mejor boloñesa de la historia, pero hice la mía. No sabía a ninguna que hubiera probado antes y había un toque muy personal en ella.

La siguiente semana volví a hacer una pasta con una salsa de tomate y chile que he estado perfeccionando de un libro de recetas que me regalaron (era probablemente la sexta vez que la preparaba) y he pasado de seguir las instrucciones como si fuera un manual a seguir el instinto de lo que me gusta y, sobre todo, de lo que puedo hacer (la receta pide 2 kg de tomate cherry, no hay bolsillo que aguante eso, así que he optado por tomates regulares).

Después vino la carbonara. El gran reto. Ésta probablemente se encuentra en mi top 3 de pastas favoritas y fue la primera que aprendí a hacer hace ya muchos años. He cometido todos los pecados que uno no debe de hacer con la carbonara: usar crema, tocino en lugar de panceta, no hacer la salsa de pecorino y sustituirlo con parmesano, agregarle cosas como espinacas o calabacitas. Vamos, que lo que llevo años haciendo no es carbonara, sino un invento. Y aunque disfruté bastante el resultado, no era ese sabor al que me había acostumbrado. Pero había desbloqueado un logro. Ahora sí puedo decir que hecho una carbonara.

Posteriormente decidí darle otra oportunidad a la Pasta alla Norma, que tanto me había peleado con sus berenjenas, y aunque no creo que la vuelva a hacer tan pronto, me sentí en paz conmigo mismo por finalmente poderla hacer bien.

¿Y la semana pasada? Otra de mi top 3 que nunca había hecho por considerarla demasiado básica: aglio, olio e peperoncino. No miento si digo que esa noche con mi aglio, olio e peperoncino fue la mejor en días.

Creo que queda claro que mi cabeza no es precisamente el lugar más fácil de habitar. La verdad no creo que ninguna lo sea. Hace mucho me estresaba por lo que los demás hacían y yo no (para qué miento, hay días en los que sigue estresándome), sin embargo la mayor lección que he aprendido con el tiempo es concentrarme en lidiar conmigo mismo. Más específicamente: con lo que me haga bien. Y en ese aspecto puedo decir que la pasta me ha salvado de una forma sencilla y probablemente imperceptible. 

Todo aquello que nos salve de cualquier horror, ya sean los cotidianos o los extraordinarios, es invaluable y debemos de recurrir a ello las veces que sean necesarias. Sin importar lo simple, absurdo o lleno de carbohidratos que esto sea. 

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