La cultura del placer 10
Paz(ta) Mental
Esta cuarentena he intentado de todo en la cocina. Desde pollo miso hasta un pastel de durazno con zarzamoras, desde tahini hasta un pastel de manzana. Y todos han sido un verdadero desastre (en mi defensa, ya había advertido que la repostería no era lo mío).
Por supuesto, ha habido también éxitos culinarios (todo por cierto gracias a grandes libros de recetas que me han regalado o heredado; si algún día no saben qué dar, que sea un recetario, quien lo reciba se los agradecerá mucho eventualmente). Pero a pesar de lo deliciosos que sean esos éxitos, no se comparan con lo pesados que se han vuelto los fracasos.
Las tragedias culinarias se mezclan con las habituales y con las que han surgido en estos días. Haciendo que todo fallo se sume a una enorme pila de fracaso.
Imagino que ha de ser un efecto del encierro, pero de repente fallar en una receta implica el fin de este nuevo mundo pequeño y confinado en el que vivo desde hace unos meses. Es como si aquellos espacios a los que recurría para encontrar algo de paz mental, como cocinar, están fallando también.
Pero en medio de todo hay una isla a la que esta tormenta no ha afectado: la pasta.
No sé si es por lo fácil que es de hacer, no sé si es porque fue lo primero que aprendí a cocinar o simplemente porque el destino nos unió, pero aún en los días más difíciles la pasta no me ha traicionado. Es más, yo creo que me ha salvado de los horrores de mi propia cabeza.
Hace poco más de un mes decidí que si ella había sido tan buena conmigo, yo tenía que devolverle el favor. Conocerla mejor, explorarla más, descubrir todas sus posibilidades y dominarla.
Me propuse entonces cada semana hacer una forma distinta de pasta, empezando por los clásicos. ¿De qué servía llegar a las complejidades de una lasaña o unos ravioles si no era capaz de hacer una boloñesa desde cero? Qué bien que ya tengo mi propia versión de la carbonara, ¿pero alguna vez había hecho la receta básica? Por supuesto que no.