Mean Girls

La empatía es el antídoto

Mean Girls

por Arturo Loría

Ilustraciones: El Dee

 

El 3 de octubre Aaron Samuels le preguntó a Cady Heron qué día era y ella contestó: “es 3 de octubre”, no sólo recordándole a su interés romántico la fecha sino marcando casi automáticamente el aniversario de esa máquina de citas y momento cultural que acabaría siendo Mean Girls (2004).

El tiempo y la distancia han permitido que la película alcance un estatus de culto, pero también, que se pueda hablar de ella y analizarla cada vez con ojos nuevos. O si no nuevos al menos renovados. Porque como todo buen producto cultural destinado a volverse un clásico, en cada vista del filme es posible extraer algo nuevo.

Dirigida por Mark Waters (quien hasta ese entonces había hecho un par de comedias románticas y el remake de Freaky Friday, protagonizado también por Lindsay Lohan), la verdadera fuerza del filme se encuentra en el poderosísimo guión de Tina Fey, quien para ese entonces llevaba ya unos años siendo la escritora de cabecera de Saturday Night Live (y dicho sea de paso, la primera mujer en ocupar esta posición).

Si bien el paso de Fey por SNL la hacían en la transición hacia el nuevo milenio un nombre al que había que seguirle el paso, es Mean Girls lo que la posicionó como una de las figuras clave en la comedia estadounidense y probablemente, una de sus mejores obras. Vamos, que si en 2010 le dieron el premio Mark Twain al humor estadounidense, gran parte de eso tiene que ver con que 6 años antes acuñó en aquel guión algunas de las frases más usadas y repetidas de la cultura pop.

Lo curioso es que aquel guión estaba basado en un libro. No una novela (como por ejemplo, Clueless, en la que Amy Heckerling se inspiró en Emma de Jane Austen) o una obra teatral, sino uno que normalmente podría encontrarse en la sección de Psicología o Superación Personal de una librería: Queen Bees and Wannabes: Helping Your Daughter Survive Cliques, Gossip, Boyfriends, and Other Realities of Adolescence, de Rosalind Wiseman.

La obra de Wiseman era una de las muchas guías para padres que salieron por aquellos años y que buscaban explicar lo que se denominó girl hate o el bullying que se daba entre mujeres adolescentes. Al cruzarse con este libro, Fey encontró la estructura necesaria para, no sólo escribir una buena comedia, sino vaciar muchas de sus experiencias personales, ya fuera a través de anécdotas o nombrando a muchos de los personajes como gente que había conocido a lo largo de su vida. En pocas palabras, Wiseman prestó la estructura, pero Fey llenó al guión de historia y sobre todo, alma.

El libro de Wiseman, además de ser renovado y actualizado cada tanto tiempo (en sus últimas ediciones incorpora temas como redes sociales o racismo), ha sido también revisitado, ya sea por aniversarios de la película o por escritoras que alguna vez fueron parte de los talleres de Wiseman. En un artículo publicado el 30 de abril de 2014 (que marcaba el aniversario 15 del lanzamiento de la película), Hazel Cills escribió para Jezebel que “incluso en su versión actualizada […] Queen Bees and Wannabes sigue siendo una reliquia inadvertidamente hilarante del pánico hacia el girl hate de la década de los 2000, un potencial clásico del camp. […] El enfoque excesivamente clínico de Wiseman a sus sujetos da paso a un libro de autoayuda que parece fijado por siempre en el principio de los dosmiles, uno que pinta al ‘Girl World’ como un lugar misterioso y perpetuamente frustrante, donde jóvenes sobreexcitadas y que se odian a sí mismas corren desenfrenadas”. Un año antes, Bridget Read tuvo palabras mucho más amables para el libro y su autora, sobre todo tras haber sido ella misma en su adolescencia parte de las dinámicas que Wiseman realiza con adolescentes (la escena en el gimnasio en la que la profesora Norbury le demuestra a las estudiantes que todas han participado de una forma u otra en hacerse daño es casi la misma dinámica empleada por Wiseman) y donde le preguntaba a Wiseman aspectos que ella misma consideraba habían envejecido bien y mal de su propia obra.

Pero el guión de Tina Fey (y por ende la película), han sobrevivido mejor a la prueba del tiempo. Por supuesto, hay muchos elementos que bajo la óptica actual hacen que al igual que el libro Mean Girls sea un producto absolutamente de su momento: desde tecnológicos, como Regina George fotocopiando el Burn Book, las llamadas a tres voces para evidenciar a alguna de las protagonistas; hasta sociales: su tibieza a la hora de lidiar con la homofobia, la presencia de personajes de color en papeles meramente secundarios o el slut shaming con el que maneja muchas de sus situaciones.

Sin embargo, y a diferencia del libro de Wiseman, son varias cosas las que hacen que cada 3 de octubre muchos volvamos a Mean Girls: la primera es que mientras en su libro Wiseman termina hablando desde la perspectiva de los estereotipos, Fey lo hace desde la de los arquetipos: figuras universales capaces de adaptarse y pertenecer a cualquier época. Lo mismo con las situaciones: la angustia adolescente, la necesidad de pertenecer, convertirse en aquello que juramos destruir, hacerle daño a alguien a quien queremos y comprender que el verdadero antídoto es la empatía, son temas con los que cualquier persona puede relacionarse de alguna forma u otra y sin importar la época.

Luego están esos diálogos, que con el ritmo casi perfecto del guión fueron lo suficientemente filosos y precisos como para penetrar la memoria colectiva y dejarnos marcados al grado de que son parte de nuestro vocabulario o que si alguien comienza a decir “I am not like a regular mom…”, habrá quien sepa contestar.

Y si esos diálogos funcionan tan bien es por su agudeza, pero más aún, porque Fey supo hacer una sátira sin miramientos ni disculpas. Posiblemente el personaje en el que mejor se refleje esto es la villana, la icónica Regina George (con una actuación impecable a cargo de Rachel McAddams) a quien en el momento en el que la trama comienza a dar su giro de tuerca, Aaron Samuels describe perfectamente: “Hay bien y mal en todos, Regina sólo es más honesta al respecto”. Y aunque lo cierto es que Regina no es precisamente un ejemplo a seguir, tampoco es un personaje unidimensional. De hecho ninguno en la película lo es: la heroína acaba por convertirse en la villana de su propia historia y para el final de la película descubrimos que la maldad no reside en una sólo tribu como Las Plásticas, sino que todos podemos hacer daño.

Es esa quizá la mayor lección de las muchas que ha dado Mean Girls desde su lanzamiento: la empatía es la clave. Más aún en un 2021 tan polarizado. Y aunque tal vez parezca imposible vivir en ese mundo en el que “todos nos llevemos bien” y “cocinar un pastel lleno de arcoíris y sonrisas que todos podamos comer y ser felices”, como bien predicó la chica que tenía muchos sentimientos, no viene nada mal tratar de encontrar lo valioso que hay entre quienes nos rodean, compartir la corona y aceptar que precisamente hay bien y mal en todos nosotros.

 

 

 

Mean Girls puede verse en Amazon Prime.

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