Food Shaming: Comer sin etiquetas

Por qué comer sin culpas ya es anticuado

Food Shaming: Comer sin etiquetas

Por Alejandra López Carvajal

Comienza otro año y con él, el bombardeo de publicidad en donde frases como “¡3 recetas para comer sin culpa este principio de año!” o “¿Fuiste víctima del Guadalupe Reyes? ¡Primer mes de gym gratis!” se esparcen más rápido de lo que estamos procesando que ya entramos al 2022.

Y es que si de algo estamos segurxs en Oca, es de que la comida es para disfrutarse, no para sentirnos culpables cada vez que comemos algo que carece de esa etiqueta que promete “no engordar”. Pero es que si nos venden la idea de que hay comida “sin culpa”, es lógico que nuestro cerebro entienda que todo lo demás sí nos debería causar este sentimiento y de aquí la urgencia de replantearnos el cómo etiquetamos a la comida. 

A veces se nos olvida que los alimentos están ahí para darnos todo lo que necesitamos para vivir, más allá de que si nos engordan o nos llevan a tener ese tan mal entendido “cuerpo ideal”.

Para hablar mejor del tema, uno ya de por sí delicado, entrevisté a la nutrióloga Sofía Reynoso, quien me explicó que “no existe la comida buena o mala, solo existe comida que nos aporta diferentes cosas y en diferente cantidad”. 

Entender esto es importantísimo para repensar y mejorar nuestra relación con los alimentos y el cómo los catalogamos. Digamos que obsesionarte por comer pura comida “buena” tampoco es lo más sano del mundo. Como también sostiene Sofía, este es el principio de comportamientos que incluso te pueden llevar a tener un trastorno de conducta alimentaria como es el matarse haciendo ejercicio para compensar que comiste algo que te dio culpa o comer lechuga durante dos semanas seguidas.

Claro, después de escuchar tantos años este discurso dañino sobre la comida sin culpa,  tener una buena relación con ella no es algo que suceda de la noche a la mañana. Empezar a saber qué te aportan los alimentos que consumes, me explicó Sofía, es un muy buen paso para ir descubriendo lo que te hace bien, lo que te hace sentir con más energía, lo que te hace sentir más pesado y que el comerte un paquete de galletas Oreo no te va a hacer subir 2 kilos (que si los subes, está bien). 

“Tu cuerpo necesita vegetales y frutas, como también un caldito de pollo y la comida que cocinan los familiares que quieres. También la comida de las fiestas y los postres de vez en cuando.”

Esto también tiene que ver con el saber escuchar a nuestro cuerpo, que como dice Sofia, es muy sabio. El tomarnos por lo menos un segundo para pensar si ya estamos satisfechos o para darnos cuenta de que en realidad estamos comiendo porque estamos aburridos hace de nuestra alimentación algo mucho más consciente. 

“Es importante aprender acerca de las señales que te manda tu cuerpo. Por ejemplo, además del hambre física, que es gradual y se siente poco a poco, también hay hambre emocional, la cual te está pidiendo que atiendas cierta emoción como la tristeza. En eses caso, lo mejor que puedes hacer es comerte esas galletas y sentarte a pensar qué está pasando, por qué estás triste y tomar acción en vez de obsesionarte con las galletas y quedarte atascado en comerte otra cosa porque es libre de culpa.”

Entonces no, no se trata de comer pura comida chatarra como tampoco se trata de que nos reprendamos cada vez que la comemos. El quitar el foco sobre la relación entre la comida y cómo nos vemos para en cambio ponerlo en la relación entre la comida y cómo nos sentimos física y emocionalmente cuando la consumimos, puede hacer que este acto que realizamos todos los días se convierta en algo mucho más placentero, que no nos sintamos culpables por disfrutar una de las mejores cosas que existen, comer.

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