¿Qué tiene este gazpacho?

La comida en el cine de Almodóvar

¿Qué tiene este gazpacho?

“¿Qué tiene este gazpacho?”, pregunta un policía mientras todo mundo cae dormido a su alrededor; Pepa, quien sostiene inamovible su vaso en una mano, responde con gesto duro uno a uno los ingredientes, desatando uno de los momentos más hilarantes en la historia del cine.

La anterior es la escena climática de Mujeres al borde de un ataque de nervios (1988), película que catapultó a Pedro Almodóvar (Calzada de Calatrava, Ciudad Real, Castilla-La Mancha, 1949) a la fama internacional y en la que la sopa fría se convierte en uno de los McGuffin más memorables del cine español.  

Hablar de Pedro Almodóvar supone, habitualmente, hablar del deseo (la fuerza que define su cinematografía y el nombre de su productora), la sexualidad, el color o la música. Pero pocas veces se menciona ese elemento en su cine que sirve como detonador de escenas, reflejo de mundos interiores y exteriores o pantalla de la identidad: la comida.

Gazpachos, tortillas, paellas, chorizos, bacalao al pil pil, chuletillas de cordero, rosquillas, barquillos y flanes. Durante 40 años Almodóvar ha puesto en la pantalla grande algunos de los platillos más representativos de la gastronomía española, y de paso, contado algunas de las mejores historias.

¿Es Almódovar un director foodie? Podría pensarse que algo tan sensorial como la comida ocupa un espacio contundente en la filmografía de un director avocado al deseo; sin embargo, revisando los 21 largometrajes que preceden a la recién estrenada Madres paralelas, resulta curioso encontrar poquísimas tomas dedicadas exclusivamente a un platillo; este gesto suele concederlo más generosamente a los ingredientes, y más específicamente a los tomates, que brillan en escena con ese rojo que caracteriza al director.

Pero lo anterior no significa que la comida sea secundaria en la obra de Almodóvar. Por el contrario, aunque no siempre aparezca en primer plano, visual o narrativo, es claro que el director le tiene un profundo cariño y que para él es sinónimo de identidad, de hogar, de origen y por supuesto, de deseo.

“¿Que qué hay de comer? ¡Pues pisto!”: cocineras y madres

¡Átame!,1989

En la cocina, doña Paquita (la madre real de Almodóvar, a quien dio pequeños papeles en muchas de sus películas) pica unas verduras y regaña a su nieta: “No toquetees. Deja el pimiento ¡Qué manera de sobarlo!”. En eso suena el teléfono y al otro lado Marina (Victoria Abril) le pregunta cómo está. La madre le dirá que regular mientras sigue peleando con la niña y entonces, tras entregar el mensaje importante por el que llamaba originalmente, Marina se da cuenta de que por la hora seguro su madre está cocinando. “¿Qué hay de comer?”, pregunta con los ojos llorosos, pues en este punto de la historia no sabe si volverá a verla. Ésta responde que pisto y a Victoria Abril se le sale desde lo más profundo un: “Ay, pisto”. La escena culminará con Marina diciéndole a su madre que la quiere mientras dos lágrimas corren por su rostro.

Este breve momento de ¡Átame! (1989) describe a la perfección una de las principales funciones de la comida en el cine de Almodóvar: es ante todo hogar, pero también, es una de las formas más auténticas y honestas de expresar afecto. El personaje que interpreta Victoria Abril, secuestrada por Antonio Banderas, no sabe si volverá a su hogar, un espacio más mental que físico y al que el tradicional Pisto Manchego la devuelve de inmediato.

Ya desde su primera película estaba claro que cocinar es un acto de cariño. Casi al final de Pepi, Luci, Bom y otras chicas del montón (1980), Carmen Maura (la titular Pepi) le prepara a Bom un Bacalao al pil pil. “Eres maravillosa. Pensé que me ibas a hacer una tortillita francesa o algo así ¿Pero bacalao al pil pil? Mi plato favorito”, dice Bom, quien por primera vez en la historia se muestra vulnerable. Y es que a pesar de que la vocalista de la banda punk Bomitoni se trate de hacer “la dura”, como le dirán más adelante, no deja de ser una chica de 17 años (15 cuando Alaska comenzó a filmar la película en 1978) a la que le acaban de romper el corazón. La escena resulta sorprendentemente sencilla y tierna, considerando que durante la última hora hemos presenciado una violación, una lluvia dorada y un concurso llamado Erecciones Generales, por mencionar algunas cosas. La elección del platillo también es importante, pues aunque sencillo, requiere extrema atención y cuidado para que quede al punto. Y el hecho de que lo preparen las dos mujeres es el sello final de la amistad entre ambas.

Y como el Pisto Manchego o el Bacalao al pil pil, están también la ensalada que Tina (Carmen Maura) le prepara a su hermano Pablo (Eusebio Poncela) y su hija adoptiva por default, Ada (Manuela Velasco) en La Ley del Deseo (1987); los calamares, pimientos y flan que Rosa (Rossy de Palma) y su madre (Chus Lampreave) le dan a Leo (Marisa Paredes) para que se lleve en La Flor de mi Secreto (1995) o los barquillos, rosquillas y el pisto que les deja la Tía Paula (Chus Lampreave, de nuevo) a Sole (Lola Dueñas) y Raimunda (Penélope Cruz) en Volver (2006).

En las historias de Almodóvar, el afecto familiar se expresa a través de la comida. Y la familia, lo dejan claro estas películas, puede ser en la que nacemos o la que nosotros mismos hacemos.

Las madres o figuras maternas son las que generan el vínculo más fuerte entre afecto y comida. No por nada las más memorables son siempre las mejores cocineras: desde la propia madre del director, pasando por Chus Lampreave en La flor de mi secreto (aunque nunca la vemos cocinar, todos queremos que nos mande de vuelta a casa con esos tuppers), Manuela en Todo sobre mi madre (1999), hasta las protagonistas de Volver, que constantemente expresan su afecto a través de la comida.

De hecho, el guión de Todo sobre mi madre contiene una anotación inicial que especifica que tiene que ser notorio que Manuela es una gran cocinera. Y es que en la película que le valdría a Almodóvar su primer Óscar, la madre protagonista seguirá siendo madre, procurando y cuidando a los demás personajes, a pesar de haber perdido a su propio hijo.

El desayuno sí es la comida más importante del día

Los abrazos rotos, 2009

“Tu betabloqueante, anti hipertensivo y esto para el rabo, me tengo que ir corriendo”. Kika es nuestra maquillista favorita (Verónica Forqué y su particular voz quedaron grabadas en la mente de una generación entera gracias a este personaje) y toda una profesional, que pese a tener “tres desfiles de la pasarela Cibeles esperándome” y que las top models se le pongan imposibles si no las maquilla ella, se toma el tiempo de prepararle a Ramón (Álex Casanovas) el desayuno.

De las tres comidas del día, el desayuno es el que más aparece en el cine de Almodóvar. El director pareciera usarlo como la forma más sencilla en la que un personaje le expresa a otro que le importa.

¡Átame!,1989

Por muy violento (y complejo) que sea el Ricky de Antonio Banderas en ¡Átame!, éste se asegura de que Marina, a quien acaba de secuestrar, desayune, no importa si sólo es un yogur y un jugo, pero que desayune. Lo mismo con la ya mencionada Kika, que con todo y prisas necesita asegurarse que el hombre que le acaba de pedir matrimonio se tome su licuado y sus vitaminas. Un desayuno será el símbolo de la salvación de Leo en La flor de mi secreto y de La Agrado, la mañana siguiente de haber recibido tremenda golpiza, en Todo sobre mi madre.

Incluso en una película en la que la comida tiene tan poco protagonismo como Los abrazos rotos (2009) el desayuno juega por igual un papel sanador. Tras una noche de confesiones, a la mañana siguiente Diego (Tamar Novas) usa jugo de naranja, tortilla española y café para limar asperezas con su madre (Blanca Portillo). “Hay que empezar bien el día”, concluye él, antes de recibir otra confesión.

Almodóvar se sirve de ese “te quiero” o “me importas” que puede significar un desayuno para engañar a la audiencia y a sus personajes, como ocurre en La Piel que Habito (2011), cuando Vera (Elena Anaya) es por fin liberada y le prepara a su antiguo captor, Robert Legard (Antonio Banderas), una charola con jugo, fruta, pan y café. Ante la duda de Marilia (Marisa Paredes), la ama de llaves de la casa, en torno a las ganas de venganza de alguien a quien han tenido capturada, el desayuno que hace Vera funciona como un ejemplo de que no, de que Vera está feliz y que auténticamente le importa el doctor Legard. Escenas más adelante los matará a ambos.

El otro lado de la comida: el sabor amargo de lo cotidiano

Pepi, Luci, Bom y otras chicas del montón, 1980

Pero así como el desayuno (y en general la comida) es una muestra de afecto, en el cine de Almodóvar también hay comidas que sirven para mostrar la opresión de lo cotidiano. Tal es el caso de Luci cuando la vemos por primera vez en Pepi, Luci, Bom y otras chicas del montón, flanqueada por su marido abusador y el gemelo de éste. En esta escena, Almodóvar recurre al color y a la comida para mostrarnos el estado en el que se encuentra su personaje titular: el beige de unas madalenas probablemente insípidas se mezcla con unas tazas, mantel y papel tapiz del mismo color para reflejar la existencia aburrida de Luci. Un mundo plano comparado con la explosión de color y fiesta que vivirá después con Pepi y Bom.

Las madalenas también servirán como símbolo del horror del día a día con Gloria, el personaje que Carmen Maura encarna en ¿Qué he hecho yo para merecer esto! (1984). Aquí, cualquier comida del día (o falta de la misma) es sólo un recuerdo más del infierno doméstico que se vive. Y también, la comida que consumen los personajes servirá para diferenciar a la clase trabajadora de la acomodada.

En Carne Trémula (1997), David (Javier Bardem) explota contra su esposa (Francesca Neri) mientras ella prepara el desayuno, tirando al piso lo que tiene a la mano. Los cereales regados y platos rotos que Elena recoge apenas se va su marido son el símbolo de una relación destruida, la cotidianidad hecha polvo, imposible de reparar. Carne Trémula siempre es vista como una especie de anomalía en la filmografía del director (pese a tener muchos de sus elementos recurrentes) y aquí, la comida funciona en ese mismo sentido: más que una muestra de afecto, es resultado de una relación rota, como la de Clara (Ángela Molina) y Sancho (José Sancho). En la que es posiblemente la relación más tóxica que Almodóvar ha escrito (y eso que ha escrito sobre muchas), el marido golpeador (otro más a la lista) intenta recuperar a su esposa cocinándole un Rabo de toro al brandy. Es como si lo violento del plato se reflejara en su cocinero. La historia de estos dos terminará no en separación como sus coprotagonistas, sino en muerte. Y como si esto no fuese suficiente mala fama para la comida en esta película, un fuego purificador será la última desgracia en la historia de Víctor (Liberto Rabal) ¿El origen de las llamas? Una sartén olvidada en el fuego.

“¿Qué tiene este gazpacho?”, la comida como arma

Los amantes pasajeros, 2013

Hablando de secretos, confesiones y males, los personajes de Almodóvar también emplean la comida como un arma. En el segundo filme del director, Laberinto de Pasiones (1982), uno de los personajes que aparecen en esas viñetas que caracterizaban a sus primeros trabajos hace un té para “calmar los ímpetus sexuales” de su padre. Así como los maridos golpeadores, los padres abusadores son otro tipo de personaje tan infame como común en la filmografía del manchego.

Por el contrario, y 31 años después, un trío de azafatos se encargará de despertar la libido de la tripulación y pasajeros de un avión sin destino en Los amantes pasajeros (2013). Joserra (Javier Cámara), Ulloa (Raúl Arévalo) y Fajas (Carlos Areces) sumarán a la cava, jugo de naranja, vodka y ginebra que lleva el Agua de Valencia unas mescalinas.

La primera vez que vemos a Pepa, la protagonista de Mujeres al borde de un ataque de nervios está completamente sumida en los efectos de la depresión, tomando somníferos y sin siquiera probar el desayuno (la charola abandonada al lado de la cama es un paralelo del abandono en el que se tiene Pepa a sí misma). A lo largo del juego que hizo Almodóvar en torno a La Voz Humana de Jean Cocteau en 1988 (obra a la que vuelve constantemente, al punto de hacer su propia versión en 2020), veremos a Pepa sacarse a sí misma de ese agujero depresivo. Al final del primer acto preparará un gazpacho “dopado con somníferos” que funciona como una pistola cargada que, sabemos, se disparará en algún punto. 

Durante el clímax de la película, todos los personajes que han llegado al apartamento de Pepa cargan su propio gazpacho como si todos tuvieran el dedo en el gatillo, y conforme van cayendo se revela la confrontación final: el enfrentamiento entre Pepa y Lucía (Julieta Serrano) en el que sí habrá dos pistolas cargadas. La música de Bernardo Bonezzi aumenta la sensación de los duelos típicos del western, pero al final, en lugar de disparo, habrá gazpacho, regado por todo el rostro de Carmen Maura.

¡Átame!,1989

Habrá otros momentos en los que platillos o bebidas sean usados como armas en la filmografía de Almodóvar (los chocolates de ¡Átame! o el gajo de naranja de Kika, la única ocasión en que erotismo y comida se unen en los 22 largometrajes del director), pero ninguno como el gazpacho con “veinticinco o treinta” Morfidales.

El flan talismán: cosas de familia

Así como la comida puede ser un arma, hay platillos que son, en palabras de Agustín Almodóvar (hermano, productor y rey de los cameos del director) un talismán. Durante la entrega de los Premios Goya de 2020, cuando recibieron el premio a mejor película por Dolor y Gloria (2019), Agustín lo dedicó a su hermana Chus, “que en todos los rodajes nos hace un flan talismán que nos protege de todos los males”.

Así como doña Paquita mezclaba realidad y ficción con el pisto por el que Victoria Abril suspiraba en ¡Átame! o le ofrecía Peter Coyote en Kika “un choricillo” manchego como ella, el resto de la familia Almodóvar y su relación con la gastronomía se entrelazan con las historias que vemos en pantalla. El postre de María Jesús, por ejemplo, ha sido un elemento crucial en varias narrativas.

En 2009 aparecía en pantalla junto a Carmen Machi como símbolo del placer al que La concejala antropófaga (cortometraje que sirvió de aperitivo para Los abrazos rotos), no sólo está completamente entregada sino que defiende. “No hay nada más democrático que el placer”, concluye. En el corto, Chus Almodóvar aparece acreditada por el flan.

En La flor de mi secreto y Volver, que comparten temas y narrativas, es una conexión directa con el pueblo de las protagonistas y en la segunda, es protagonista de una de las poquísimas tomas que Almodóvar dedica enteramente a un platillo. Lo anterior no es casualidad, pues es durante su aparición, mientras Sole lo deposita en un plato, que Raimunda resolverá el misterio central de la película.

Tampoco es casualidad que estos dos filmes sean en los que Almodóvar concede mayor espacio a la comida, ya que en ambos, está directamente vinculada a la identidad de sus personajes.

En La flor de mi secreto la comida cumplirá con múltiples funciones: habrá también un plato ingrato, en este caso una paella tan fría como la relación entre la protagonista y su esposo infiel; pero sobre todo, servirá para diferenciar entre la gente de la ciudad, que no tiene tiempo de cocinar y sale a restaurantes, y la del pueblo, que cocina alimento para el alma.

La flor de mi secreto, 1995

Pero es en Volver donde la comida juega acaso el papel más central. Desde las primeras secuencias, aparece en los mismos tuppers de La flor de mi secreto (curiosamente, entregados también por Chus Lampreave, quien Almodóvar calificó como “la mejor en interpretar los papeles inspirados por mi madre”), como pistas del pasado de las protagonistas, pero también del misterio central. La comida acabará también por salvar a la Raimunda de Penélope Cruz, quien en su momento de mayor crisis, toma el restaurante que uno de sus vecinos le ha encargado y a fuerza de cocinar, trae de vuelta vida no sólo a su barrio, sino a ella misma. Y estará presente en la culminación, con el ya mencionado flan. En Volver, la comida es ese talismán al que Agustín Almodóvar hace referencia: esos trozos de suerte que salvan a las protagonistas, y por lo tanto, al espectador.

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