Kery Café: el arte de florecer en colectivo

Algunas fusiones nacen de dos ideas. Otras, de dos personas —cada una, un mundo— unidas por el deseo común de crear algo distinto. Así empezó Kery, la unión entre Kevin y Erika (el primer nombre de Paola) —también entre Ke y ry—, primero como una florería en línea y después como lo que es hoy: un lugar en Puebla donde el café, el brunch, las flores y el arte no sólo coexisten, sino que parecen haber estado siempre destinados a encontrarse.
Él, apasionado del café. Ella, marcada por las flores. No siempre sabemos de dónde vienen las semillas de un proyecto o cuánto terminaríamos honrando ciertos momentos. Para Paola, uno de esos fue su servicio social en un pueblo con rosales: “Me tocó trabajar con una familia que se dedicaba a la venta de rosas. Desde ahí empecé a girar qué iba a hacer con esa idea”. Así nació Kery Flowers, que aún funciona en línea y tiene su rincón de trabajo dentro del café.
Kery Café no se impuso con una idea cerrada: se dejó moldear por el entorno. Podría parecer que flores y café ya bastan para definir un concepto. Pero aquí pasó algo más. La comunidad —sin saberlo— agregó un tercer ingrediente esencial: el deseo de quedarse. De pintar. De conversar. De volver. Y esa decisión redibujó todo.

“Unos clientes empezaron a venir a colorear y un día dijimos: ya van a tener aquí colores y los mismos dibujos para que puedan distraerse”. Ese gesto espontáneo se volvió ritual, y hoy cualquiera puede llegar, pedir una bebida, y quedarse —literalmente— a colorear el momento.
Esa apertura a lo que el entorno propone es lo que convirtió a Kery en lo que es hoy: no una suma de café y flores, sino un espacio vivo, en evolución. Y ahí entra ese tercer elemento inesperado: el arte y la comunidad como vehículos para quedarse. Para estar. Para habitar con calma.
“No solamente que vengas y consumas, sino hacer como una comunidad”, dice Paola. “Buscar conectar, ¿no? Eso nos ha impulsado mucho”. Lo que distingue a Kery Café no es solo su color rosa tenue o sus pink waffles que dan ganas de contemplar un rato antes de comerlos. Es la manera en que ha crecido: escuchando a su comunidad y dejando espacio para que también ella diseñara el lugar.