Migración en crisis

Por Melly Arellano

Migración en crisis

Tuve conciencia de la migración cuando estaba en la preparatoria. Una amiga vivía sola con su hermana menor porque su mamá trabajaba en Estados Unidos. Fue la primera vez que alguien tan cercano a mí tenía un familiar del otro lado. Entonces supe, además, que la gente común y corriente también migra.

Hay muchas razones para migrar, pero al menos la migración con la que estamos familiarizados en Puebla tiene que ver con la pobreza, la exclusión y la tradición. Somos un Estado históricamente expulsor de migrantes: desde hace al menos 10 años ocupamos entre el séptimo y el quinto lugar nacional.

Nuestro Estado aporta el 6.4% de los 11.5 millones de personas provenientes de México que viven en Estados Unidos. Y, por cierto, la mayoría vive en California y no en Puebla York.

De mis años como editora de la sección nacional en un periódico local recuerdo haber incluido con mucha frecuencia notas sobre migración, pero más bien relacionadas con las remesas, es decir el factor económico. A saber, no es cosa menor: el 4% del PIB del Estado depende de las remesas, esto es –o fue al menos en 2015– 1,371 millones de dólares que ponen a la entidad en el lugar número 50 entre las que más remesas reciben. Y de hecho el municipio de Puebla es el 2o que más recibe de todo el país.

Pero los números a veces dicen menos de lo que parece, y a los medios se nos olvida contar las historias que les dan sentido. La maravillosa periodista mexicana avecindada en Estados Unidos, Eileen Truax dice que en cuanto los migrantes atraviesan el desierto o el río y ponen un pie en el otro lado, los medios lapidan con un “vivieron felices por siempre”.

Es cierto.

Pocas veces se cuenta, por ejemplo, que los migrantes rentan hasta un clóset (¡sí, un clóset!) para dormir. Tampoco se habla de las largas jornadas de trabajo, de la comisión que pagan a quien se los consigue o de la que pagan a quien les renta su green card para poder trabajar, ni de lo lejos que están de alcanzar el sueño americano. 

Llegando al otro lado hacemos como si los migrantes ya no fueran nuestros.

Justo lo mismo que países como Guatemala, El Salvador y Honduras hacen con los suyos cuando ponen un pie en territorio mexicano, la parte más peligrosa en su camino hacia la nación estadounidense. 

A los transmigrantes, los que están de paso por México, los comenzamos a ver hace unos años en los cruceros pidiendo dinero para continuar su viaje. Su presencia se hizo visible poco antes de 2014, cuando la puesta en marcha del Plan Frontera Sur aumentó la violencia y las detenciones en las rutas tradicionales hacia el norte, obligándoles a incrementar en 139% su cruce por el estado.

Aquí han encontrado rechazo social, criminalización y extorsión tanto de la policía como de las mafias locales. Casi nada, considerando que México se ha convertido en un gran cementerio en el que también caben los migrantes centroamericanos.

Si me preguntan diré que la persecución que aquí y allende el río existe hacia quienes migran no tiene sentido. La gente migra porque es pobre, o porque sabe que en su país no le darán nunca la oportunidad de tener más, o porque está amenazada, o porque fue víctima de violencia, o porque teme por su vida. A veces migrar es la única opción. Y es, también, un derecho humano. El problema es que (eso también) se nos olvida.

Y mientras nuestro país invierte recursos para detener la migración centroamericana hacia Estados Unidos, Estados Unidos invierte recursos para expulsar a los migrantes mexicanos. Y no se trata sólo de la amenaza de Trump. Obama –también conocido como deporter in chief– rompió el récord de deportaciones al expulsar a 2.8 millones de mexicanos durante su mandato.

Por cierto, dónde están, qué están haciendo, cómo y dónde viven esos mexicanos son preguntas que aún no tienen respuestas. A pesar de –por llamarlo de algún modo– la tradición migratoria mexicana, los gobiernos federales y estatale tienen su propia tradición ignorando a esa población. Prueba de ello es que sólo existe un programa de apoyo al migrante retornado que consiste en darle 30 mil pesos para un “proyecto productivo”.

El problema es que a los 3 millones deportados por Obama no sólo hay que sumar los que deporte Trump, sino además los 6 millones que de manera voluntaria regresarán viejos, enfermos, sin empleo ni pensión  en el transcurso de los próximos 8 años, según calculan los especialistas, y para quienes este país no tiene más que 30 mil pesos que ofrecer, en el mejor de los casos.

*Mely Arellano es periodista en el sitio ladobe.com.mx

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