Canta y no llores

Nosotros después del sismo

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“Somos muchos haciendo mucho”

Rafaela tiene 60 años y vive en Teotlalco, uno de los municipios de Puebla más afectados por el sismo. Le da pena decir su edad, pero entre risas la confiesa. Al momento de pedirle una foto, no sabe si sonreír o no. Y es más que comprensible: el día anterior una tía suya había perdido su casa; sin embargo, el miércoles 20 de septiembre ya estaba ayudando.

“…Pues porque…”, Mary Carmen Anzures no puede terminar la frase, se le quiebra la voz mientras varios jóvenes ciclistas recogen en la esquina de la 16 de Septiembre y la 11 Poniente los víveres que trajo en una camioneta repleta. El primer destino de esta ayuda será el Zócalo de la capital de Puebla y el siguiente, los hospitales, centros de acopio y municipios en los que sea necesario. “Aquí estamos, apoyando un poquito al más necesitado en estos momentos”, dice la también maestra de 48 años, cuando ya se recuperó un poco del shock.

Y es que ese pareciera ser el proceso. Primero vino el susto: en medio de un día ordinario, la tierra se movió de forma extraordinaria. Después sucedió el shock, al ver todo lo que ocurría alrededor. Y finalmente, cada uno tuvo que encajarse en la realidad que le había tocado, de la forma en la que pudiera.

Hubo desde quienes cuando los semáforos se fueron, se convirtieron en agentes de tránsito improvisados; hubo quienes sí tenían señal en el teléfono y lo prestaban para que otros pudieran llamar o informarse de lo que había ocurrido; hubo choferes de microbuses que no cobraron pasaje y siguieron su ruta para llevar a la gente a donde necesitaba llegar. Pero sobre todo, hubo gente que ayudó, mucha.

“Me sentía inútil en mi casa, estaba ansioso y me puse en contacto con gente que sabía que estaba en el Zócalo y empezamos a colaborar”. Apenas supo que podía ayudar, Alonso Fragua, gestor cultural, agarró su motocicleta y se puso hacer de todo: desde repartir memelas a los voluntarios del Zócalo, hasta rescatar obra de algunos espacios, “protegiendo el patrimonio”.

“Hice lo que se necesitara hacer. Estuve removiendo escombros, luego me pusieron a hacer comida, luego me pusieron a mover cosas…lo que hace falta son manos. Entonces, ahorita juntamos camionetas con víveres y los vamos a llevar a alguna comunidad en la que haga falta”, Andrea Garza tiene 26 años y es estudiante, pero en esas fechas le tocó ser y hacer de todo. El día del sismo, comprobó que su familia estuviera bien y se fue de voluntaria al Zócalo de Puebla. “Es lo natural ¿no? Es lo que se debe de hacer, supongo”.

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Rafaela

“Los estudiantes nos organizamos…”

“Los estudiantes nos organizamos. Empezamos a mandar un mensaje de que qué podíamos hacer. De repente se armó un grupo en Whatsapp y dijimos que íbamos a venir el Zócalo a traer cosas y entre todos estamos repartiendo carteles para ver quién se quiere unir a la colecta”, Brandon Gómez tiene 20 años y estudia economía en la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla (BUAP), justo debajo del asta bandera del zócalo hay un cartel que indica a dónde repartirán los víveres que han recolectado. Ya juntó a 30 “conocidos, amigos y compañeros”, pero poco a poco se les unió más gente. “Esto que hacemos no es caridad, es echarnos la mano entre todos. Hay que seguir adelante, hay que trabajar para hacerlo”.

En San Pedro Cholula, Pamela, de 17 y César de 20, hicieron lo mismo. Pusieron una mesa en el Zócalo y la gente fue llegando. Originalmente tenían planeado estar un día hasta las 5 de la tarde, pero las muestras de ayuda fueron tales, que extendieron los horarios. “Ahorita estamos alrededor de unas 15 personas. Iniciamos pocos y la misma gente que va llegando se ofrece a ayudar. Todos estudiantes”.

Christian, Gabriela y Juan Carlos no se conocen, sin embargo hay varias cosas que los unen: los tres son estudiantes de arquitectura en diferentes universidades y tras el temblor, los tres decidieron que tenían que ayudar con lo que sabían. Nadie les pagó, nadie les dio nada, “fue voluntario”. Desde el miércoles 20, ellos y muchos otros compañeros de ésta y otras carreras como ingeniería se dividieron en brigadas para evaluar los daños que sufrió el Centro de la Ciudad.

“¿Por qué? Porque nos preocupa mantener el Centro Histórico como lo fue cuando no había pasado nada; hoy en día vemos que poco a poco se va levantando, pero que también nos va a costar un poquito de trabajo y lo que estamos haciendo es evaluar los edificios para que no ocurran más pérdidas humanas o daños materiales”. Gabriela vio lo peor del temblor al momento, justo en su amado Centro: “toda la tarde me quedé en shock. Entonces pensé ¿Qué puede hacer un arquitecto?”.

En la Universidad Iberoamericana decenas de alumnos se han juntado para recolectar, repartir y distribuir víveres. A través del Centro de Acopio Permanente de la institución mandarán camionetas con la ayuda a los municipios que sea necesario. Cada día se juntaban más estudiantes y el apoyo era mayor.

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“Cholula es una familia escogida”

No tardó en circular una ilustración con los nombres de varios negocios de Cholula a los que uno acostumbra ir a comer, a comprar ropa, a tomar clases, a comprar plantas, todos convocaban a llevar ayuda. Este pueblo tan lleno de magia había visto cómo uno de sus mayores símbolos, la Iglesia de Nuestra Señora de los Remedios (ubicada en la punta de la gran pirámide Tlachihualtépetl) había quedado mutilado.

“Es un hogar escogido y toda esta gente son una familia escogida. Incluso personas con las que no me llevo directamente, pero nos hemos visto durante años en los mismos lugares…se siente esa unión”, Ana Fernández tiene 32 años y como muchos ha adoptado o se ha dejado adoptar por Cholula. Psicóloga y maestra de swing, vivió lo mismo que muchos otros. “Desde el momento del sismo estuve en shock diciendo ‘quiero hacer algo, quiero hacer algo’, pero me concentré en tranquilizarme y hoy en la mañana me puse a ver las ganancias que teníamos de las clases y pues pensé que podíamos destinar gran parte para comprar algo. Conocemos a estas personas, sabemos que en Cholula todos estamos unidos y me da la confianza de traer las cosas aquí”.

“Cada negocio en particular empezó a hacer algo. Moverse por su cuenta, coordinando tantito, comprando víveres. De pronto dijeron: ‘alguien debería juntar a todos los lugares que están funcionando como centro de acopio’ y pues como sirvo mejor de diseñador que de cualquier otra cosa, pues me puse a recopilar todos los demás lugares que estaban ayudando, para que fuera más fácil encontrarlos”; así inició una de las muchas movilizaciones en Cholula de acuerdo a David Espinosa, El Dee para los amigos. Todo inició “en un grupo que alguien abrió para vender burritos a domicilio. Originalmente se llamaba ‘Burritos Marranos’, pero después le cambiamos el nombre a ‘Burritos Solidarios’. Todo improvisado”. Todo muy Cholula.

Ana Victoria Laguna, una de las dueñas de El Diablito, fue quien tuvo la iniciativa de convertir al bar en centro de acopio y posteriormente, crear rutas para la gente que quisiera llevar ayuda. “Fue muy útil. Mucha banda fue al bar a hacerse de una ruta”, comenta Diego Berrospe, otro de los dueños.

La primera camioneta salió hacia Morelos, donde los cholultecas habían detectado que se necesitaba mucha ayuda. Pero después y gracias a las rutas de El Diablito, enviaron camionetas cargadas hasta los dientes a Tochimizolco, Cuilotepec, Tecuanipa, Cuatomatitla, Hueyapan, Alpanocan y Tetela del Volcán, entre muchos otros.

“Ayudar a quién se pueda, con lo que se pueda”

“Qué pinche privilegio estar en un lugar donde todo está bien. Me golpeó muchísimo darme cuenta de la suerte que tenemos y de estar en una posición de poder ayudar. Creo que es obligatorio hacerlo. Es un deber social, moral y personal… es humano. Ayudar a quién se pueda con lo que se pueda”, Pola Hurtado fue otra de las que hizo de todo. Cuando le informaron que su negocio, el Black Cat Bones Café, iba a tener que cerrar hasta nuevo aviso por estar en una zona de riesgo (el Centro Histórico de Puebla), prepararon toda la comida que tenían para los voluntarios del Zócalo, y todo lo que no era perecedero, lo donaron a manera de víveres. Una vez que hizo eso, se fue a comprar más víveres, herramientas y medicamentos (la farmacia donde los compró, decidió donarle aún más) para ponerlos en la camioneta que saldría de Cholula a Morelos.

Fernanda hizo lo propio también. Aprovechando que ni ella, ni sus hijos tenían clases (ella es maestra del Tec de Monterrey), toda la familia se puso a hacer sándwiches para los voluntarios de la Ibero y del Hospital del Niño Poblano. Mary Luz Fernández, de 63 años, juntó a toda su familia, “desde el más grande hasta la más pequeña”, y los puso a hacer sándwiches: “La casa siempre ha sido un lugar al que todos vienen a sentirse seguros y queridos; quiero que ese sentimiento se pueda compartir, ayudar a la gente que está ayudando, todos estamos armando lunches y comprando despensas”.

En el Centro Expositor de Puebla, uno de los primeros sitios que el gobierno de la ciudad anunció como albergue, Elisa, una mujer de 63 años dice mientras señala a sus compañeros: “Yo soy voluntaria del DIF estatal y aparte sé que mi misión en la vida es ayudar al prójimo. Creo que a eso venimos al mundo, hay que ayudar en lo que sea, si no tienes dinero puedes ayudar con tus manos”.

Mariana Guerrero que se definió a sí misma como mamá de tiempo completo, decidió venir a este espacio: “Estar en la casa viendo las noticias nos estaba dando angustia e impotencia, preferimos ponernos a los niños en la espalda y ayudar”, y vaya que lo hizo, mientras empaquetaba, hacía cadena humana, subía víveres a los camiones, cargaba a su bebé; pero no lo hizo sola: Amaya, también con hija a la espalda, se puso ayudar en lo que hiciera falta. “¡Mira todas las manos, toda la organización que hay aquí!”, concluyó.

Y si no era con manos, entonces con bicicletas. “Yo sólo vi un mensaje en Facebook, en un grupo de ciclistas pidiendo ayuda y decidí venir acá”, José Carlos se puso a repartir víveres por toda la ciudad desde las 11 de la mañana y se unió al enorme colectivo de ciclistas que se juntó en el Zócalo de Puebla. Cicloenvíos también estaba ahí. Dejaron todas sus actividades laborales y se sumaron con sus 20 mensajeros. “Lanzamos una convocatoria para que la gente nos dijera dónde estaban, qué querían donar y a dónde y pedalenado hasta ahí lo hacíamos”, dijo Armando Amaro Palafox, director de este sistema de mensajería.

“Hay mucha gente que necesita ayuda, no nomás uno”, José Antonio Valdez tiene 31 años, vive en Calmeca y tiene toda la razón, a pesar de que perdió su casa, su familia está bien:

“Cuando me tocó el temblor yo fui a traer a mis hijos a la escuela y les dije: ‘No tengan miedo, esto es algo natural de la vida, no corran, camínenle y pos vamos a checar a su mamá a la casa”. Apenas vio que su esposa estaba bien, decidió irse a Izúcar de Matamoros: “está todo destruido aquí y pues tengo que ayudar porque Dios me dio la vida para vivirla bien, ayudar y ser compartidos. No me la dio simplemente para estar por estar. Tenía que ayudar a todos.”

Cantando se alegran los corazones

El viernes 23 por la tarde la ciudad había olvidado que era fin de semana. Era natural con todo lo que había ocurrido. El silencio se había apoderado de las calles. Ya fuera por miedo, por respeto o porque simplemente no había tiempo de más, había silencio en todos lados. Con el silencio vino el desconcierto. Era como si aquel estado de shock que vino después del temblor, se apoderara una vez más de todos.

Pero a las 5 de la tarde de ese viernes era imposible pasar por el Zócalo de Puebla y que no se erizara la piel. “Cielito Lindo” sonaba hasta lo más profundo de cada uno de los que pasaba por ahí. Una veintena de mariachis había aparecido. “Vinimos a tranquilizar con la música mexicana, con lo bonita que es”. Alfredo Barca, de 26 años es además de profesor de arte, mariachi.

“Nos juntamos hoy varios grupos de mariachis. Unos llegaron desde la mixteca y vinimos con lo que pudimos. No nos vamos a ir hasta que el estuche de cada instrumento esté lleno de donaciones. Si con la música y lo que recaudemos podemos ayudar, pues que así sea. Bien dice la canción: ‘canta y no llores’. Y yo creo que los mexicanos somos más así: de cantar y no llorar”.

Testimonios recabados entre el 20 y 24 de septiembre de 2017.
Texto: Arturo Loría.
Entrevistas: Arturo Loría, César López y Lucía Rodríguez.
Fotografías: César López, Íñigo López, Mónica Jiménez y Roberto Lara.

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